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¿Cómo han de ser las relaciones que anteceden al matrimonio?

por Padre Juan

¿Cómo han de ser las relaciones que anteceden al matrimonio, para que cumplan su verdadero fin, la constitución de una familia estable, edificada sobre la fidelidad de un amor conyugal abierto a la vida.

"Relación o relaciones prematrimoniales", si nos atenemos al sentido etimológico de las palabras, significa sencillamente las relaciones propias de las personas que tienen intención de casarse en un futuro más o menos próximo. Si el matrimonio es una institución natural, divina, y, para los bautizados, un gran sacramento, forzoso es decir que las relaciones pre-matrimoniales son buenas y necesarias para todos los que se sienten llamados al matrimonio.

De otra parte, sucede que las más grandes palabras están sufriendo una bárbara manipulación. Amor, que es el nombre de Dios, se emplea para designar actos de la más baja condición. "Relaciones prematrimoniales", que habría de significar un tiempo de santificación con vistas a la santidad del matrimonio, suena en cambio a negación de toda norma moral, en la relación entre dos personas que acaso tengan el vago propósito de pasar algún día por algo que recuerda algunos momentos de la vida matrimonial.

El FLECHAZO

¿Cómo han de ser las relaciones que anteceden al matrimonio, para que cumplan su verdadero fin, la constitución de una familia estable, edificada sobre la fidelidad de un amor conyugal abierto a la vida?

Normalmente, a los que tienen vocación matrimonial, un día les sobreviene el "flechazo". Al enamorarse, la masculinidad del chico y la feminidad de la chica, se descubren mutuamente y a sí propios de un modo nuevo, insospechado, asombrosamente gozoso, quizá deslumbrante. Muchas veces es el primer contacto consciente con la belleza cósmica de la Creación, transfigurada a la luz del nuevo amor; el cual, bien pensado, no puede ser más que un regalo de Dios, que de suyo a El conduce: "Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado: ¡hoy creo en Dios!".Es lógico.

Cara y cruz

Pero es preciso advertir que todo lo humano ha sido afectado por aquel pecado de origen, que explica el doble lado de todo acontecimiento histórico: siempre, a una "cara", acompaña una " cruz". Y todo lo humano -todo lo bueno de la vida humana- debe ser salvado, necesita redención. Afortunadamente, Dios ha querido salvar todo lo que estaba perdido; y lo ha hecho mediante su Cruz. Sin cruz no hay salvación, ni puede haber felicidad, ni alegría duradera, ni amor limpio y noble entre un hombre y una mujer. Para que sea y siga siendo así y llegue a ser brasa inextinguible, ha de pasar también por la cruz: ha de gozarse en la cruz, desde la cruz. "El amor verdadero exige salir de sí mismo, entregarse. El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de cruz" [1]1

El "color de rosa" que el flechazo o enamoramiento extiende sobre todas las cosas, no tarda en perderse de vista. Pero esto no quiere decir que la realidad sea peor de como se ha visto: es mejor, con tal de abrazarla entera, con su cara y con su cruz: la primavera con el verano, el otoño, el invierno... y la eternidad.

En buena medida, la "cruz" (piedra de toque de la calidad del noviazgo) es el sacrificio de la concupiscencia, que quisiera adelantarse a los acontecimientos y disfrutar de frutos que aún no existen. Es, si se quiere hablar así, una "cruz", pero también una "luz", una luz que impide caer en la gran mentira que pretende -al menos en gran parte- identificar el amor con la relación genital. Si los novios tienen relaciones carnales de tipo conyugal eliminan la diferencia esencial entre matrimonio y cualquier otra especie de unión. Confunden un estado esencialmente provisional con otro definitivo, al cual no han accedido todavía legítimamente. Cometen un error de funestas consecuencias, que la experiencia, desde Adán, enseña sin interrupción

Amor profundo

Lo más grave de la relación prematrimonial desquiciada es, desde luego, la ofensa a Dios. El ha advertido abundantemente sobre el mal que tal comportamiento encierra. Subrayemos esto.

Pero también suceden otras cosas graves. Uno de los más prestigiosos psiquiatras contemporáneos, Victor Frankl, en su obra Psicoanálisis y existencialismo, dice que "hasta en el amor entre los sexos no es lo corporal, lo sexual, un factor primario, un fin en sí, sino simplemente un medio de expresión. El amor puede existir sustancialmente, aun sin necesidad de eso. Donde sea posible lo querrá y lo buscará; pero, cuando se imponga la renuncia, el amor no se enfriará ni se extinguirá (...)El amor auténtico no necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para realizarse, pero se sirve de ello para ambas cosas". Apostillamos nosotros: es lógico, puesto que EL QUE ES AMOR, Dios, es puro Espíritu.

No olvidamos la dimensión corpórea, sensitiva, de la naturaleza humana. Con todo, no deja de ser cierta esta experiencia gozosa, que apunta Frankl: "para quien de veras ame, la relación física, sexual, no es sino un medio de expresión de lo que constituye el verdadero amor, es decir, de la relación espiritual, y, como medio de expresión recibe su consagración humana, precisamente, del amor, del acto espiritual al que sirve de exponente".

Aprender a amar con el alma

Aplazando la satisfacción del impulso sensual se logra algo que gravitará sobre el presente y aún más en el futuro: la profundización en la dimensión espiritual del amor, que es la que está llamada a permanecer por encima de todos los avatares físicos o síquicos que una vida puede deparar. El sacrificio que supone la continencia, enseña a amar con el alma, con la mente y con la voluntad, que es lo más perfecto y digno que hay en el hombre. Este sacrificio es la primera gran donación que se debe a la persona amada, la primera manifestación de un amor verdaderamente personal.

La falsa "prueba" del amor

A veces uno de los novios - con más frecuencia él, al menos hasta hace poco- exige del otro la entrega corporal como "prueba del amor". Ahora bien, como ya se ha dicho, un amor que exige la prueba del placer está firmando su sentencia de muerte. Lo propio del amor es "dar", no "tomar" o "poseer". Todavía no ha suedido nunca que una mujer haya podido acercar a su novio accediendo a peticiones de este tipo. La única respuesta inteligente sería aumentar la distancia y poner el supuesto amor en la consabida piedra de toque.

Dos modos de entrega

"La entrega sexual -escribe Giambattista Torelló- puede ser realización del amor, pero nunca prueba del mismo. Es evidente que todo el que pretendiera exigir como prueba de algo intemporal y absolutamente único una cosa que es caduca y en modo alguno original -sobre todo en la forma de relación sexual prematrimonial, siempre sobrecargada de ansia, de curiosidad desenfrenada y considerada como prestación extraordinaria- ha renunciado al derecho de ser tratado y amado como hombre. La corporeidad, como ya hemos indicado, realiza el amor no sólo por medio de la relación sexual, sino también por la continencia: son dos medios de entrega. Todo depende de que el hombre, sacrificando su egoísmo en pro de la persona amada -hombre o Dios, Dios en el hombre-, llegue a una oblación de sí mismo sin reservas, que es, al mismo tiempo, su plenitud existencial"

Se ha dicho que nada hay tan peligroso para el hombre como pasar en breve tiempo todas las ilusiones de una larga vida. El que toma lo que no es todavía suyo sin esperar a que lo sea realmente -no sólo en el deseo- verá prematuramente agostada la ilusión. Le sucederá lo mismo que a la gente de la que habla Petrarca en su Trionfo, "para la que se hace de noche / antes de que llegue la tarde".

"¿Pureza? -preguntan. Y se sonríen. -Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada" [2]2. "Amor es sacrificio -escribía Pemán-, y para ser feliz hay que saber mirar las flores sin arrancarlas". ¿Qué sucede si se arrancan? Que al poco tiempo se encuentra en las manos una flor ajada, marchita, sin misterio y sin encanto, sin aroma y sin color, apolillada. Cuántos cierran las puertas al encanto y la ilusión sin saber en qué consisten ni si existen. Han llegado a viejos sin conocer el generoso y límpio bullir del corazón joven, recién estrenado. Y van con la mente embotada, con pasiones enormizadas; sin sensibilidad espiritual ni vigor para superar las más pequeñas dificultades o sinsabores que la vida lleva consigo. Han huido de la cruz salvadora y todo se les ha transformado en cruz insufrible. En lugar de crecer en el amor, crece en ellos el hastío, el aburrimiento, la angustia, la náusea, u otras lindezas semejantes, patrimonio de las filosofías y actitudes sin Dios.

¿Por qué no ahora y sí después?

Antes de llegar al matrimonio, las relaciones entre novios han de ser evidentemente castas, de continencia total respecto a la relación sexual plena, y -claro es-, también respecto a los actos que naturalmente tienden a la completa satisfacción genital. No se deben poner actos cuya natural consecuencia sea algo que se trata de evitar. Yo no debo tirar una piedra enorme contra un cristal frágil si no quiero romperlo; y si la tiro, por más que proclame que "no quería" romper el cristal, lo quise. De modo que si se ponen actos que de suyo despiertan una pasión extemporánea o adulterada, es que se quieren sus consecuencias, o debe reconocerse que no se obra racionalmente, es decir a la medida y altura de la dignidad personal de los hijos de Dios.

¿Por qué no es lícito antes del matrimonio lo que en el matrimonio podrá ser bendito y santo? Esta es una cuestión interesante. No se trata de una excepción. En muchas cosas de la vida el "qué" depende del "cómo" o del "cuándo". El "cómo" y el "cuándo" a menudo modifican el "qué", lo transforman profundamente.

El discurrir del río por su cauce es plácido y fecundo. Cuando se sale de ahí, más que río es una potencia desmesurada, un monstruo cruel, que arrasa cuanto encuentra a su paso. El agua es saludable según "cómo" se encuentre. Si está contaminada, una gota puede bastar para llevar al cementerio.

En la conducta humana, "lo que" hacemos, depende en buena parte del "cómo" y "cuándo" lo hacemos. Concretamente, si se usa la genitalidad en el

contexto legítimo que le es propio, al servicio del amor auténtico, ordenado a la vida, entonces no sólo es algo bueno, sino que puede ser santo. En cambio -como escribe J. Leclerq- "los que buscan el goce físico antes del matrimonio se dejan casi inevitablemente arrastrar hasta centrar en él sus sentimientos y llegan así al matrimonio viendo ante todo en el otro un instrumento de placer que el matrimonio permite siempre utilizar a voluntad. Cambiar de visión después del matrimonio resulta muy difícil. La búsqueda del goce sexual antes del matrimonio inclina el espíritu a no ver en ello más que una satisfacción personal y natural en sí. Con lo cual se le hace a uno mismo difícil comprenderla en el conjunto de la vida". Es preciso, y relativamente fácil, cambiar antes, pero mucho más difícil después.

Un informe de la Union Internationel des Organismes Familiaux celebrado hace unos años en München, decía lo siguiente: "Las relaciones sexuales completas, y también las caricias que producen el orgasmo, ejercen una fascinación en los enamorados que les impide normalmente comprobar y apreciar con exactitud los demás elementos de la armonía matrimonial, en especial los psíquicos y los espirituales. De ello se desprende frecuentemente el desengaño después de la boda, que es tanto más grave cuanto que los factores despreciados apenas pueden recuperarse después. Por el contrario, cuando la adaptación psíquica y espiritual se produce con plena conciencia, la base es más sólida, y la expriencia sexual dentro del matrimonio se enriquece y se rejuvenece cada vez más".

Sentido y significado de la relación conyugal

Continuando con el argumento que iniciamos en nuestro artículo anterior, recordemos:

1) La peculiar estructura biológica de la completa unión sexual física manifiesta con deslumbrante claridad que está intrínsecamente ordenada a la procreación. Incluso en el caso de matrimonios estériles no falta esa ordenación, del mismo modo que los ojos del ciego, por más ciego que sea, no dejan de ser ojos "para ver"; toda su estructura y contexto, en lo que tienen de sano, está ordenado intrínsecamente a la visión.

Como aquí se trata de procreación "humana", conlleva la educación de los hijos que resulten concebidos. Y, la dignidad de la persona, exige que lo sean en el seno de una verdadera familia, es decir, con garantía suficiente de estabilidad y posibilidades de educación adecuada. Lo cual sólo se cumple en el matrimonio indisoluble.

La natural ordenación esencial de la completa unión sexual física explica que sea éticamente buena sólo dentro del matrimonio legítimo, abierto a la procreación.

2) La significación natural, profunda, unitiva, del acto es el de una entrega personal plena, sin reservas y, en consecuencia, definitiva. Lo cual sólo sucede realmente por medio del compromiso matrimonial celebrado según el plan divino. Insistamos: en el trato entre personas, "dar la mano" no es lo mismo que "dar la pezuña". Dar la mano es un acontecimiento espiritual. La mano no es simplemente un trozo de carne, de huesos, nervios, venas y uñas. Dar la mano es dar algo del núcleo personal. Por lo mismo, la entrega total del cuerpo, es también entrega total de la persona. Lo cual sólo tiene sentido en el matrimonio.

Claro que se puede dar la mano sin amistad, pero entonces es un gesto indigno del hombre, una traición a su esencia que llamamos hipocresía. Igualmente la unión conyugal puede realizarse con hipocresía, cuando lo único que se pretende es gozar como cuerpos sin alma, de un modo infrahumano. Pero no deja de ser verdad lo que dice el Magisterio de la Iglesia: "los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud" [3]3.

Precisamente por esa significación espiritual y la finalidad del acto conyugal, la misma unión resulta ilegítima y contraria a la naturaleza del acto fuera del ámbito de la unión matrimonial indisoluble. La completa unión sexual física significa, en efecto, el hacerse "una sola carne", que en lenguaje bíblico significa "como un sólo hombre", o, si se prefiere, como una sola persona.

Por lo demás, la garantía de la fidelidad -es clarísimo- no puede fundarse en la sola voluntad humana, en un simple deseo de fidelidad, por grande y fuerte que parezca o realmente sea: sólo la fidelidad de Dios es infalible. La voluntad y la fidelidad humanas han de ser también redimidas, apoyadas en la Voluntad fidelísima de Dios. Sólo hay una esperanza absolutamente segura: la que se funda en el Amor divino. En éste han de fundarse los enamorados para llevar a buen puerto, si Dios lo quiere, el camino que juntos han emprendido.

Notas

[1] J. ESCRIVA DE BALAGUER, Forja, núm. 28.
[2] J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, núm. 120.
[3] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, núm 49.

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