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<span style="font-weight: bold;">Celibato Sacerdotal</span><br>

por Padre Juan

Con ocasión de algunas situaciones que se han presentado en los últimos días
con respecto al celibato sacerdotal, algunos de ustedes me han escrito
interesados por conocer más sobre la “doctrina del celibato.” Aquí van algunas
letras:

La Iglesia siempre ha
tenido el celibato en muy alta estima ya que Jesucristo fue célibe. El es modelo de la perfección
humana. Hay quienes objetan pensando que nosotros no podemos imitarlo. Se
equivocan. La verdad es que Jesucristo, siendo Dios, asumió verdaderamente la
naturaleza humana, siendo igual que nosotros en todo menos en el pecado. El nos
da la gracia para vivir, siendo hombres, su amor sobrenatural.

Jesucristo claramente recomendó el celibato como
entrega radical
de amor por el Reino de los
Cielos:
Porque hay eunucos que nacieron así del seno
materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
Cielos. Quien pueda entender, que entienda. (Mateo 19,12)

San Pablo era célibe y
animaba a seguir esta forma de vida: Yo os quisiera libres de preocupaciones.
El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El
casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por
tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de
las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el
espíritu. Mas la casada se
preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Os digo esto para
vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno y
al trato asiduo con el Señor, sin división. Pero si alguno teme faltar a la
conveniencia respecto de su novia, por estar en la flor de la edad, y conviene
actuar en consecuencia, haga lo que quiera: no peca, cásense.  Mas el que ha tomado una firme decisión en su
corazón, y sin presión alguna, y en pleno uso de su libertad está resuelto en
su interior a respetar a su novia, hará bien. Por tanto, el que se casa con su
novia, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor. La mujer está ligada a su
marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre para casarse
con quien quiera, pero sólo en el Señor. Sin embargo, será feliz si permanece
así según mi consejo; que también yo creo tener el Espíritu de Dios. (I
Corintios 7,32-40)

El celibato laico se practicaba ya en la Iglesia
primitiva.
A
los hombres célibes les llamaban "los continentes" y a las mujeres,
"vírgenes". También se les conocía como ascéticos.

El celibato eclesial fue un desarrollo lógico de las enseñanzas de
Cristo sobre la continencia (Mateo 19
,10-12). Es uno de los consejos
evangélicos.

Los
comienzos de la vida religiosa se encuentran en la práctica del celibato
voluntario por el Reino.  El celibato era una de las características de
los primeros ermitaños y un requisito en las primeras fundaciones monásticas
bajo San Pacomio (c. 290-346).

El
Magisterio solemne de la Iglesia reafirma ininterrumpidamente las disposiciones
sobre el celibato eclesiástico.

El Sínodo de Elvira (300-303?), en el canon 27, prescribe: «El obispo o
cualquier otro clérigo tenga consigo solamente o una hermana o una hija virgen
consagrada a Dios; pero en modo alguno plugo (al Concilio) que tengan a una
extraña» (Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, ed. Herder, Barcelona
1955, n. 52 b, p. 22); y en el canon 33: «Plugo prohibir totalmente a los
obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio,
que se abstengan de sus cónyuges y no engendren hijos y quienquiera lo hiciere,
sea apartado del honor de la clerecía» (ib., 52 c).



También el Papa Siricio (384-399),
en la carta al obispo Himerio de Tarragona, fechada el 10 de febrero de 385,
afirma: «El Señor Jesús (...) quiso que la forma de la castidad de su Iglesia,
de la que él es esposo, irradiara con esplendor (...). Todos los sacerdotes
estamos obligados por la indisoluble ley de estas sanciones, es decir, que
desde el día de nuestra ordenación consagramos nuestros corazones y cuerpos a
la sobriedad y castidad, para agradar en todo a nuestro Dios en los sacrificios
que diariamente le ofrecemos» (ib., n. 89, p. 34).

San Ambrosio (siglo IV) escribe sobre el
celibato: "Dios amó tanto a esta virtud que no quiso venir al mundo sino
acompañado por ella, naciendo de Madre virgen" (San Ambrosio, Tratado
sobre las vírgenes
)

El Papa Calixto II, en el
Concilio de Letrán, en 1123
, promulgó el celibato como requisito para
todo el clero del rito romano. (Los ritos maronitas y armenios, siendo
católicos orientales, aceptan a hombres casados para la ordenación sacerdotal,
pero no permiten que contraigan matrimonio los que ya han sido ordenados).

El Concilio Vaticano Segundo llama al celibato
"ese don precioso de la gracia divina dado a algunos por el Padre, para
que se dediquen más fácilmente sólo a Dios con un corazón indivisible en
virginidad o celibato. Este medio perfecto para el amor del reino del cielo ha
sido tenido siempre en gran estima por la Iglesia como un signo y un estímulo
del amor, y como una fuente singular de fertilidad espiritual en el
mundo". (Constitución de la Iglesia, 42). También dijo que el celibato es
el primero de los consejos evangélicos a ser puestos en práctica por los
religiosos y dijo que "es un símbolo especial de los beneficios
celestiales, y para los religiosos es un forma muy efectiva de dedicarse con
todo el corazón al divino servicio y a los trabajos del apostolado" (Decreto
sobre la Renovación de la Vida Religiosa,
12).

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