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<span style="font-weight: bold;">Virginidad, Celibato y Castidad</span><br>

por Padre Juan


1.- Virginidad






Es
un concepto que tiene originalmente una acepción biológica, y que
indica la integridad física de una mujer. La hija de Jefté lloró por
los montes su virginidad porque consideraba una deshonra morir sin
haber tenido hijos (ver Jue 11, 29-40).


La
virginidad tiene también una acepción religiosa, y significa en tal
caso la renuncia voluntaria al matrimonio por amor al Reino de los
cielos. Estamos aquí ante un hecho enraizado en una motivación
religiosa. En esta segunda acepción se aplica más frecuentemente a
mujeres, aunque no falta en la misma Sagrada Escritura algún caso en
que el término se aplica a varones que, por motivos religiosos,
renunciaron al matrimonio (ver Ap 14, 4).


Los
Padres de la Iglesia escribieron tratados sobre la virginidad y elogios
sobre las santas vírgenes. La liturgia católica contiene, tanto en el
Misal, como en la Liturgia de las Horas, formularios para la
celebración de las memorias o fiestas de las santas Vírgenes. El
Pontifical Romano contiene un solemne rito, normalmente presidido por
el Obispo, para consagrar vírgenes al Señor.


El
Concilio de Trento declaró que la virginidad consagrada constituye en
sí un estado de vida superior al matrimonio, (Sesión 24, 11 nov. 1563,
canon 10), lo que no significa que por el hecho de la consagración en
virginidad quien la ha realizado sea ya santo o santa, o más santo que
un casado que vive con perfección en el estado matrimonial. San Ignacio
de Loyola señala como signo de "sentir con la Iglesia" la actitud de
quienes alaban y aprecian la virginidad, aún cuando no hayan sido
llamados por Dios a servirlo en ese estado (ver Ejercicios
Espirituales, 4ª regla para sentir con la Iglesia).




2.- Celibato


También
esta palabra tiene al menos dos acepciones: una que se refiere al
simple hecho de no haber contraído matrimonio, y, una segunda que mira
a la motivación religiosa que puede tener ese hecho.


En
algunas lenguas la palabra "celibatario" es equivalente, en el lenguaje
común, a "soltero", pero tal uso del término no es equivalente a
"casto". En el uso religioso católico, la palabra "celibato" tiene una
connotación religiosa y se refiere especialmente al varón que, con
vistas a recibir el ministerio sacerdotal en la Iglesia latina, promete
solemnemente mantenerse sin contraer matrimonio y llevar
consiguientemente una vida de castidad celibataria. Así como el término
"virgen" se aplica preferentemente a la mujer, así el de "celibato" se
aplica preferentemente a los varones.


Puede
consagrarse en celibato un varón después de su viudez, o después de
haber llevado una vida desarreglada; en cambio no puede recibir la
consagración de vírgenes la mujer que ha sido casada o que ha perdido
voluntariamente su virginidad, pero puede prometer para el porvenir la
castidad propia de los celibatarios.




3.- Castidad


La
castidad es una forma de la virtud de la templanza, la que consiste en
el señorío sobre las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana,
de modo que no obstaculicen la meta de la existencia humana y cristiana
que es "vivir para Dios", sin permitir que nada creado se sobreponga a
El, se constituya en finalidad independiente de El o, en una palabra,
impida amarlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda las
fuerzas (ver Dt 6,5; Mt 22, 37) .


La
templanza se refiere al recto uso de los bienes terrenales y es
necesaria al hombre para que dichos bienes conserven su calidad de
medios al servicio de la finalidad última del ser humano, sin erigirse
nunca en objetivos autónomos. Frente a diversos bienes temporales, la
naturaleza del hombre, herida por el pecado, reacciona con violenta
apetencia: apetencias de dinero, de poder, de gloria o vanagloria, de
placer sexual (ver 1 Jn 2,16).


La
templanza y la castidad ayudan al hombre a mantenerse en la verdad de
su ser y de su finalidad, sin que las apetencias desordenadas adquieran
dimensiones de ídolos y disputen a Dios el lugar y el amor a que sólo
El tiene derecho. En concreto la castidad permite al hombre mantener el
señorío sobre su sensualidad, respetando la finalidad del sexo y
haciendo que se ejercite sin menoscabar el amor a Dios y sin aprisionar
la libertad que compete a los hijos de Dios.


La
virtud de la castidad es pluriforme y tiene matices propios de los
diversos estados del hombre cristiano. Es diferente lo que exige la
castidad a quien se ha consagrado en virginidad o celibato, a quien
está unido en legítimo matrimonio, o a quien, sin estar aún unido en
matrimonio, tiene el propósito o deseo de contraerlo más adelante. En
todas las formas de castidad hay algo común: el señorío sobre el
apetito sexual, como expresión de la búsqueda de Dios por sobre todo
otro bien, y la búsqueda de cualquier bien sólo en la perspectiva de la
búsqueda de Dios y de su amor. De modo que la castidad no es una
actitud negativa, sino que, si impone renuncias y vencimientos, los
exige con miras a un bien supremamente positivo: el amor a Dios. Se es
casto para amar a Dios. Así se entiende la bienaventuranza que proclama
dichosos a los puros o limpios de corazón, porque verán a Dios (Mt
5,8): quien es puro, en el más amplio sentido de la palabra, está en
condiciones de "ver" a Dios, de amarlo, de decirle con verdad que nada
hay tan importante como El, en ninguna situación o hipótesis.


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