Hoy celebramos el gran misterio de la Navidad: Dios se hace hombre. No llega con poder ni riquezas, sino con humildad, fragilidad y amor. Nace en un pesebre, en el silencio de la noche, recordándonos que Dios entra en nuestra vida incluso cuando todo parece sencillo, pequeño o incompleto.
Para muchos solteros, la Navidad puede despertar sentimientos encontrados. Alegría, sí, pero también nostalgia, preguntas, y quizá una sensación de espera prolongada. Tal vez esperas una vocación clara, una relación, una familia, o simplemente mayor paz interior. La buena noticia de hoy es esta: Jesús nace precisamente en esos espacios de espera.
Cristo no vino solo para quienes “ya lo tienen todo resuelto”. Vino para los que buscan, para los que esperan, para los que caminan con fe aun sin respuestas inmediatas. Tu soltería no es un paréntesis sin sentido; es un terreno fértil donde Dios puede obrar profundamente si le abres el corazón.
La Navidad nos enseña que el amor verdadero no se impone ni se acelera. Se encarna. Crece en el tiempo de Dios. Así como María confió sin comprenderlo todo, hoy se nos invita a confiar en que Dios también está escribiendo nuestra historia, incluso cuando no vemos el final.
En este día santo, no te compares, no te apresures y no te juzgues. Recibe a Jesús tal como estás. Permítele nacer en tu vida, en tus deseos, en tus heridas y en tu esperanza. Él camina contigo.
Que esta Navidad renueve tu fe, fortalezca tu paciencia y te recuerde que nunca estás solo. Dios ha venido a tu encuentro.
Feliz Navidad.
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