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En casa de Simón

por Padre Juan

Entré en tu casa, Simón, y no me diste agua...

(Lc 7)

En un sermón para preparar a los fieles a recibir al Señor, exclama san Juan de Ávila: «¡Qué alegre se iría un hombre de este sermón si le dijesen: “El rey ha de venir mañana a tu casa para hacerte grandes mercedes”!. Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: “El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?”.

»Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz»1.

Es una realidad muy grande. ¡Es una noticia para no dormir, para sentirnos llenos de alegría! Jesús viene...

Cristo mismo, que se encuentra glorioso en el Cielo, viene a nuestra alma. «Con amor viene, recíbelo con amor»2. Este amor supone deseos de purificar el corazón en la Confesión sacramental cuando sea necesario o incluso conveniente, y estar muy atentos a su llegada. ¡Ya viene...! Como cuando se anuncia la llegada de un gran personaje: ¡Se le ve venir a lo lejos...! Y todo el mundo, algo inquieto, se dispone a recibirlo.

Él quiere llegar cuanto antes a nosotros, y repite para cada uno aquellas memorables palabras de la Última Cena: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros... (Lc 22). Nosotros debemos «aparejarle buena posada». Y «la posada que Él desea es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo. Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido»3, no con tibieza o distraídos. Es el acontecimiento más grande del día y ¡de la vida misma! Los ángeles se llenan de admiración cuando nos acercamos a comulgar. Nos deben de tener una santa envidia.

El Evangelio pone de manifiesto cómo Jesús no es insensible a nuestro trato. Nos habla de aquel fariseo rico llamado Simón, que invitó a Jesús a comer (Lc 7). Comenzado ya el banquete, y de modo inesperado para todos, se presentó una mujer pecadora de la ciudad.

Simón no había dispensado a Jesús aquellas muestras de educación y de deferencia que se tenían cuando se agasajaba a un huésped relevante. El Señor es consciente de estos olvidos de Simón. La tosquedad del fariseo se pone particularmente de manifiesto ante las muestras de amor de la mujer, arrepentida ya de sus faltas, que llevó un vaso de alabastro con perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, y se puso a bañarlos con sus lágrimas y los ungía con el perfume. La delicadeza de esta mujer con el Señor es como el espejo donde se reflejan con más claridad las faltas de hospitalidad y de atención que el dueño de la casa debía tener con Él, como huésped de honor.

El Señor nota en las caras de los comensales sus juicios negativos y mezquinos para con la mujer; por eso, no tiene ningún reparo en mostrar la verdadera realidad de las personas allí presentes. Vuelto hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; ella, en cambio, ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso; pero ella, desde que entré, no ha dejado de besar mis pies. No has ungido mi cabeza con óleo; ella, en cambio, ha ungido mis pies con perfume. Y, enseguida, la recompensa más grande que puede recibir un alma: Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho.

La alegría llegó a lo más profundo del corazón de aquella mujer.

En las palabras de Jesús a Simón se nota –como cuando preguntó por los leprosos curados– un acento de queja: entré en tu casa y no me has dado agua con que lavar mis pies... El Señor, que cuando se trata de padecer por la salvación de las almas no pone límites a sus sufrimientos, echa de menos ahora esas manifestaciones pequeñas de cariño, de educación, esa cortesía en el trato.

¿No tendrá que reprocharnos hoy algo a nosotros por el modo como le recibimos en ese banquete de la Comunión?: Entré en tu casa y no me diste... No has tenido demasiados miramientos conmigo, has estado con la mente puesta en otras cosas, distraído, no me has atendido...

Con amor viene, recíbelo con amor. Pongamos los medios para que Jesús se sienta bien acogido en nuestra casa, en nuestro corazón. Aprendamos de la Virgen.

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