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<SPAN class=destacado1><B><SPAN lang=ES style="FONT-SIZE: 12pt; FONT-FAMILY: 'Times New Roman'; mso-fareast-font-family: 'Times New Roman'; mso-ansi-language: ES; mso-fareast-language: EN-US; mso-bidi-language: AR-SA"><FONT color=#000000>EL VALOR SAGRADO DE LA VIDA HUMANA</FONT></SPAN></B></SPAN>

por Padre Juan

Si repasamos las primeras páginas del libro del Génesis, encontraremos la narración de la creación del hombre en el capítulo 1, 26 - 31 y en el capítulo 2, 7.

La vida humana que es algo bueno, y es un regalo de Dios, se transmite únicamente por la unión sexual del hombre y la mujer. De ninguna otra forma se transfiere. De igual forma, como con los ojos sólo se puede ver, así, sólo con los órganos sexuales se consigue formar una nueva vida.

De esta forma, los padres en su unión sexual, desempeñan el papel de colaboradores de Dios, de su Providencia, en la transmisión de una vida. Los papás colaboran con Dios concibiendo el cuerpo del nuevo niño con su ayuda.

¿Cuándo es creada el alma?

El alma es creada inmediatamente de la nada por Dios Nuestro Señor, en el mismo instante de la concepción.

Podemos ver, pues, que los padres no dan el alma al nuevo niño, sino tan sólo el cuerpo por voluntad de Dios. Dios es el primero y principal Autor y Señor de la vida; el hombre no es más que su colaborador, su ayudante. La vida viene de Dios. Por lo tanto, el hombre debe de cuidar su propia vida y la de los demás.

Los padres intervienen en un milagro asombroso. Decía Santo Tomás de Aquino:
“Es más milagro el crear almas, aunque esto maraville menos, que iluminar a un ciego; sin embargo, como esto último es más raro, se tiene por más admirable”.

San Agustín, otro gran Doctor de la Iglesia, se maravilla incluso más ante el hecho de la creación de un nuevo hombre que ante la misma resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, vuelve a juntar los huesos y cenizas que ya existían; sin embargo, ante la creación de un hombre dice: “Tú antes de llegar a ser hombre no eras ni cenizas ni huesos; y, sin embargo, haz sido hecho, no siendo antes absolutamente nada” (Sermón 127, 11, 15).

Los hijos son el amor que se hace vida. Son imagen y semejanza de Dios. Engendrar a los hijos es, pues, participar en el poder de Dios como creador, pues se generan nuevas personas, nuevas imágenes y semejanza de Dios. Son como un espejo donde el mismo Dios puede mirarse y contemplarse, y descubrir en ellos algunos de los rasgos que Él tiene: inteligencia, voluntad, libertad, capacidad para amar.

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